#44 – Emoción y censura
Quien más quien menos sabe que las pirámides de la meseta de Guiza -Keops, Kefrén y Micerino- son el último vestigio de las maravillas de la antigüedad. Son un icono, son un prodigio de la arquitectura y son el principal motivo por el cual cada año millones de turistas ponen sus pies en el polvoriento suelo del sur de El Cairo. Pero contemplado desde otro punto de vista, las pirámides no son más que un sinnúmero de piedras amontonadas, no son nada de vida o muerte y ni siquiera tienen incidencia en nuestro día a día. Es más, cualquiera de nosotros podría morir sin haberlas visitado y no ocurriría nada. Pero… ¿saben qué? Si resultase que me entero que un grupo de locos piensan hacerlas saltar por los aires con dinamita -ya sea por motivos religiosos, por ignorancia o por mala leche, como decía el exprofeta- estoy seguro que entraría en pánico y haría todo lo posible por evitarlo. Porque hay elementos que forman parte de nuestra esencia como seres culturales y no nos podemos permitir perderlos bajo ningún concepto, con el añadido de que, una vez perdidos, son irrecuperables.
Pues bien, esto que me pasa con las pirámides de Egipto me pasa también con el Barça: ni me da de comer, ni mi vida depende de él, ni define mi día a día, pero me movilizaré con todas mis fuerzas si me encuentro ante la certeza de que alguien lo está destruyendo. Hoy, septiembre de 2017 tengo esa certeza.
Vayamos atrás un par de años, y situémonos en vísperas de las elecciones del club, celebradas el 18 de julio de 2015. Aquí mismo elaboramos una serie de escritos explicando que resultaba necesario desalojar a Bartomeu y su junta de la silla de mando del Barça. Nos expresábamos así:
“El sábado 18 de julio, los socios del Barça tienen la oportunidad de evitar que su club caiga en el abismo. A lo largo de esta serie de escritos hemos dado suficientes argumentos como para que todo el mundo sea consciente de que la gestión Rosell-Bartomeu de los últimos cinco años ha sido mucho peor de lo que nos han vendido la mayoría de los medios de comunicación. Si ahora volviese a ganar el neonuñismo, los próximos seis años sería, con seguridad, los últimos de este club tal como lo hemos conocido. La acelerada pérdida de valores (Unicef, cantera, Qatar), junto con el peligro de conversión en sociedad anónima harían de esta entidad algo muy diferente a nuestro Barça.”
“Una vez vista toda esta retahíla de hechos contrastados e irrebatibles, es fácil concluir que votar a Bartomeu únicamente puede responder a una de las dos razones siguientes: o bien estar completamente desinformado, o bien tener intereses personales. Cualquiera que sea auténticamente culé ha de estar muy lejos de la realidad para dar su apoyo a una Junta que se encuentra en pleno proceso de demolición de nuestro querido club.”
Somos conscientes de que en aquel momento algunos lectores pensaron que “todo lo pintábamos muy mal”, porque no se daban cuenta de que las semillas del caos ya estaban empezando a echar raíces. Es más, 25 meses después de aquellas elecciones estamos bastante peor de lo que nos atrevíamos a pronosticar. Recapitulemos.
Durante la campaña de 2015 sabíamos muchas cosas sobre la Junta: que habían sustituido Unicef por una dictadura islámica porque Rosell y compañía tenían intereses allí; que el modelo de juego no les importaba lo más mínimo, que la cantera era una molestia y que, en general, no paraban de mentir. Los tres grandes aciertos de Laporta -en palabras del propio Rosell- fueron “Unicef, echar a los violentos del Camp Nou y fichar a Pep Guardiola”, pero curiosamente, poco tiempo más tarde, nos encontrábamos con Qatar, los violentos dentro de casa y Pep Guardiola lejos y menospreciado. Y para acabarlo de arreglar, mentiras salpicándolo todo: de las salidas de Thiago y Abidal, a los partidos en horarios aptos para menores, pasando por el precio de Neymar o la sanción de la FIFA. (Quien desee un relato completo y ordenado de todo este desastre, lo encontrará en la serie de artículos que mencionábamos al inicio).
Sabíamos todo eso, pero aún no sabíamos que Sandro Rosell acabaría en la cárcel por blanqueo de capitales y que su sucesor Bartomeu sería tan sinvergüenza como para imputar al club para librarse de un delito que él mismo había cometido, como hizo con motivo del caso Neymar. Tampoco sabíamos que la acción de responsabilidad que habían puesto en marcha la acabarían perdiendo y, en consecuencia, provocando cuantiosas pérdidas al club en concepto de honorarios del bufet Cuatrecasas. En otras palabras, sabíamos que la acción de responsabilidad era injusta e incluso inmoral, pero con la sentencia de mayo de 2017 descubrimos que, además, no tenía fundamentos jurídicos. En aquella víspera electoral tampoco éramos conscientes que la junta de Bartomeu hacía negocio a costa del socio con las entradas y, por supuesto, tampoco habíamos podido asistir al delirante mercado de fichajes de este verano, en que el club, y en especial su hipertrofiada estructura deportiva, ha hecho un ridículo clamoroso que ha traspasado fronteras.
Sería también interesante repasar las cuentas de la entidad al cierre del ejercicio 2016/17, pero no ha resultado posible porque en estos momentos aún no han aparecido en la página web del Club y tampoco se ha llevado a cabo una presentación oficial de ellas.
Queda claro que la gestión de Rosell fue muy deficiente, pero este apéndice en forma de Bartomeu que nos ha regalado el destino (o mejor dicho, los 25.823 desorientados) supera cualquier previsión por nefasta que fuera, dejando al mismísimo Joan Gaspart en un simple aprendiz del mundo del disparate.
No podemos ignorar que esta mafia que se ha apoderado del Club -no creo que nadie se rasgue las vestiduras por etiquetarlos así, puesto que su líder está en la cárcel por pertenencia a organización criminal- cuenta con muchos apoyos relevantes dentro de los medios de comunicación -el Grupo Godó y ellos son parte de la misma sustancia, mientras que TV3 ha adoptado una postura impropia de un medio público- pero para que destrozasen impunemente el club el papel de la oposición ha sido determinante, debido a su pasividad difícilmente justificable. La infinidad de grupos y plataformas que orbitan alrededor del Club integrados por socios descontentos con la gestión han sido incapaces de articular un discurso de unidad para echar a la Junta, en muchos casos debido a las aspiraciones presidenciales de un puñado de los opositores que, agarrotados por un miedo atávico a desgastarse antes de tiempo, han optado por ver impasibles como el Barça iba cayendo a trozos.
Más allá de su inacción, la oposición ha cometido un error que ha resultado trascendente. La identificación de todo aquel que vota a Bartomeu como nuñista clásico de recopas y superávit es una imagen distorsionada de la realidad. Entendemos que caer en la idealización del enemigo es un error muy frecuente, pero si tienes auténticas aspiraciones a gobernar el club, es necesario un análisis más afinado. Para empezar, hay 85.000 socios que no votaron neonuñismo, por lo que se disponía de un terreno fértil en el que trabajar. Por otro lado, y quizás lo más importante, no todos los 25.823 que dieron su apoyo al Nobita de Esade responden al estereotipo de nuñista trasnochado de Mundo Deportivo aceitoso y odio visceral a Guardiola. Es necesario abrir los ojos y darse cuenta que no todo el mundo vive el Barça con la intensidad con lo que lo hacemos algunos apasionados: pera muchos, el Club existe sólo los domingos y los miércoles, cuando la pelota corre, mientras que la vida, llamémosle “política” de la entidad no les interesa lo más mínimo. Votan al poder por pura inercia. No sienten la necesidad de informarse sobre aquello que va más allá del terreno de juego. Aquí es donde se podía pegar bocado, aquí es dónde se amontonaba la materia prima que hubiese permitido decantar la balanza. Un hermanamiento de las fuerzas opositoras, da lo mismo si bajo el nombre de “Santa alianza” o “Siberianos”, hubiese facilitado la tarea. Los almuerzos, cenas y contubernios diversos con los ya convencidos de la necesidad de cambio no sirven para nada. En cambio, un trabajo de hormigas consistente en ir incorporando gente poco o mal informada sobre el Club hubiese producido un efecto de mancha de aceite. Si a esto le añadimos habilidades de un cariz más estratégico, como por ejemplo saber implicar a los políticos en esta guerra, las probabilidades de éxito hubiesen sido importantes. Esto último no es en absoluto una quimera: bastaba con transmitir la idea de que el Barça es un elemento clave en el “Procés” -una estructura de Estado, en su lenguaje- para que los partidos independentistas se hubieran volcado. ¿Cómo? Muy sencillo: por ejemplo, evitando que la dirección de deportes de Televisió de Catalunya cayese en un servilismo intolerable respecto a la junta de Bartomeu. Por si queda algún ingenuo a estas alturas de texto, les recordaremos que el anterior jefe de deportes de la cadena, Josep Maria Farràs (sí, el del billar a 3 bandas), fichó por el Barça a inicio de 2017, en un caso clarísimo de “puertas giratorias”, eso que tanto criticamos a los políticos.
Bien, hecho el diagnóstico y aportadas las pruebas de la patología grave que afecta al Barça, miremos hacia delante para estudiar cómo podemos salir bien parados de esta situación. En primer lugar, es preciso definir y blindar la configuración medular de la entidad blaugrana. No creo que descubramos América si ponemos negro sobre blanco los siguientes elementos como pilares de la genética del Club:
- Estructura de la propiedad (socios)
- Modelo propio de juego
- Vector de catalanidad
- Cantera
- Imagen internacional de singularidad
- Secciones
Cerremos el círculo: para recuperar estas esencias (y quizás también para salvar al Club de daños irreparables), es necesario expulsar a los actuales gestores. Como parece claro que no tienen intención alguna de abandonar el Club por su propio pie, y que las próximas elecciones no se celebrarán hasta el 2021, es preciso recurrir al mecanismo de urgencia conocido como voto de censura. El eterno candidato Agustí Benedito ha tenido el coraje de dar un paso al frente e iniciar los trámites de este proceso. Por supuesto, desde aquí damos pleno apoyo a esta iniciativa. Parece un reto difícil, por el hecho de tener que conseguir 16.570 firmas en un período de tiempo relativamente corto, pero visto desde otra perspectiva, hay que tener en cuenta que el candidato Joan Laporta, él solo, obtuvo 15.615 votos en las elecciones de 2015, en un proceso electoral que sólo duraba un día y que únicamente tenía una sede donde ejercer el voto.
¿Corre prisa recuperar al Barça? Sí, y podríamos dar muchos motivos, pero todos quedan resumidos en uno: este año, Leo Messi ha cumplido los treinta. Este comodín que la providencia ha puesto generosamente en nuestras manos está en riesgo de retirarse habiendo sido desaprovechado y eso sería imperdonable.
Es necesario que todos los culés de bien se impliquen en este voto de censura… que hablen con todos los socios con quienes habitualmente tienen puntos de vista discordantes, que les expliquen la verdad, que hagan proselitismo allá donde vayan y que busquen avales bajo las piedras. Nos lo jugamos todo.
Escribimos estas líneas embargados por la emoción causada por los acontecimientos de las últimas semanas, en las que hemos mirado a los ojos a la maldad absoluta, desde la ignorante que proclama que su dios es mayor, hasta la nauseabunda que habita en lo más profundo de las cloacas y que se escuda tras la letra final del alfabeto. Pero estas también son líneas que transpiran censura, porque al poder hay que fiscalizarlo y evitar sus abusos. Vivir en sociedad, ser ciudadanos, nos obliga a no cerrar los ojos ante lo que afecta a la comunidad, aunque circunstancialmente nos pueda caer lejos.